Mi primer día en Arabia Saudita: Desde Áqaba hasta Tabuk – Parte 2

Parte 2: Adentrándonos en Arabia

Todavía quedaban más de 200 kilómetros, pero ya había cruzado la frontera. Si todo iba bien, según mis predicciones llegaría ese mismo día a Tabuk.

– ¿Tienes hambre? – me vuelve a preguntar Abdullah a través de su móvil que hace de traductor.

– No, no, ya no – respondo sabiendo lo que seguiría a un sí.

– Bueno, siempre hay espacio para un Kebab.

Haql es la primera ciudad que te encuentras si entras en Arabia Saudita por la frontera de Durra. Acabo de entrar al país y siempre es extraño cuan de otro planeta te habías imaginado todo y cuan normales son una vez cruzamos la frontera. Al final tendemos a tener unas expectativas con esta clase de regiones que no se corresponden con la realidad al 100%.

Sin embargo, hay una parte que sigue coincidiendo con mis expectativas o prejuicios. El 90% de las personas que están en la calle son hombres y solo un 10% pertenecen al género femenino, las cuales además llevan el niqab. Hablamos de esa famosa prenda donde la mujer no solo se cubre el cabello, sino también el rostro, dejando solo una rendija para los ojos.

Aunque me llame la atención, procuro no mirar demasiado. Un hombre perdido en medio de la calle, mirando al sexo contrario, no es lo mejor visto en este país.

Cierre de puertas.

– Aquí tienes, un kebab de pollo – me vuelve a decir la voz robótica de Google a través del móvil de Abdullah.

– Gracias, gracias – digo una y mil veces a este hombre que es clara representación de la hospitalidad que ya me habían adelantado otros viajeros.

Lo más sorprendente es que él no tenía hambre, por lo que estoy aquí yo solo en el coche sintiéndome como Hamsel y Gretel, con la diferencia de que Abdullah no esconde ningún oscuro propósito.

Él se limita a pasarse la mano por la barbilla, mientras busca una solución a mi problema de llegar a Tabuk, a pesar de que le insista una y otra vez de que ya ha hecho suficiente.

– Si no vas a coger un taxi, sé dónde llevarte, la mayoría de coches que pasan por ahí van en dirección a Tabuk – dice medio conforme con la solución que ha encontrado.

– Por mi perfecto – digo entre estornudos tratando de tragar los últimos pedazos del kebab.

– Genial, vamos entonces.

– ¿Tienes efectivo? – me pregunta. ¡Ajá! Sabía que no todo podía ser tan bueno.

– No – digo a la espera de que me pida algo de dinero.

– Toma – dice mientras saca un billete de 100 reales.

– ¡No, no, no, no! – respondo entre avergonzado por mis pensamientos y obligado a negarme por pura ética.

SHUMMM, oigo el sonido del seguro al cerrar las puertas.

– No te bajas del coche hasta que no cojas estos 100 reales, nunca sabes si te hará falta tener efectivo encima y quiero colaborar con tu viaje por Arabia saudita – la voz de Google Translate nunca me había dicho unas palabras tan bonitas.

Recojo el dinero sin saber muy bien como sentirme, se lo agradezco, pero a la vez es una especie de vergüenza al dañarse ese sentimiento de orgullo que todos tenemos.

– Gracias – respondo avergonzado.

Las nuevas tecnologías facilitan la comunicación hasta el extremo.

Un papel escrito.

Pronto llegamos a un cruce en el que se detiene junto al arcén y comienza a escribir en un papel en árabe.

– ¿Eso qué es? – pregunto.

– Al primer coche que se detenga le enseñas esto.

– Ok.

– No te preocupes, dice que eres Omar y que estás viajando por Arabia Saudita y una serie de frases que harán que no se puedan negar – Nunca sabré que frases eran.

– Gracias de nuevo, en serio, estoy muy agradecido – digo sin saber cómo mostrar todo mi agradecimiento. Sin una búsqueda por la falsa humildad me encuentro con un mal sabor de boca, por recibir tanto sin dar nada a cambio.

-Gracias a ti hermano, que dios esté contigo y disfruta de Arabia Saudita.

– Gracias – digo por última vez mientras cierro el maletero tras recoger mis cosas. Abdullah no tarda en arrancar.

Aunque Abdullah me decía que había mucho tránsito por esta carretera, cuando me bajé y no vi ningún coche. He de decir que me preocupé.

Más de 200 kilómetros.

“Concéntrate, unos 200 kilómetros hasta Tabuk, no tengo tienda de campaña y no sé si podré…” no me da tiempo a pensar más: viene el primer 4×4, extiendo la mano y se detiene en el arcén. ¿Ya? ¿Tan fácil?

Me acerco, dejando mis mochilas atrás. Un chico joven en el asiento del copiloto baja la ventanilla

– Salam – le digo al entregarle el papel que había escrito Abdullah.

– Claro, sube, nosotros también vamos a Tabuk – me dice en un perfecto inglés el conductor que había leído la nota mientras lo hacía su compañero.

No tardo en coger mis cosas y meterlas en un nuevo maletero. Abro la puerta trasera y ups, parece que alguien está sentado por este lado.

– Salam – me dice un chico al que el cristal tintado de la ventana no me había permitido ver antes de tiempo.

– Salam – respondo mientras doy la vuelta al coche y me subo por el otro lado.

Parece que esta vez seremos cuatro y ninguno se acerca a los treinta. Bueno, tal vez un servidor, pero me refería a ellos.

– ¿Tienes hambre? – me pregunta una vez arranca el vehículo.

– No, no, acabo de comer, pero gracias.

– Bueno – responde – siempre hay hueco para chocolate.

No tardamos en detenernos en una gasolinera donde nos abastecemos de suficientes golosinas para 10 viajes como el que vamos a hacer.

Y aquí ando, en un día que pensaba que estaría lleno de retos y aventuras, de momento no podía haber sido más sencillo. Aunque todavía no ha terminado, mis planes son llegar a Tabuk y contactar a mi host en Couchsurfing, pero si no se respondiera, ya he visto un par de hoteles donde podría dormir.

Al igual que Abdullah hacía lo posible e imposible por hablar, estos tres muchachos están metidos en su conversación y parecen no tener muchas ganas de hablar en inglés. Mejor que mejor, ando bastante cansado y más de una vez estoy a punto de quedarme dormido.

200 kilómetros en el desierto, donde más de una vez estuve a punto de caer rendido por el sueño.

El comodín de la llamada.

-Estamos llegando – me dice el conductor, el cuál llegué a pensar que se había olvidado de mi existencia – ¿a qué parte de la ciudad te diriges? – pregunta mientras detiene el coche en el arcén.

– Pues no lo sé, aquí tengo el número de teléfono de mi host, pero mi tarjeta SIM es de Jordania ¿podrías llamarlo y preguntarle? – pregunto con la esperanza de recibir una respuesta positiva

– Sí, claro.

-Aquí está, este es el número – le digo mientras le paso el móvil.

Tusmmmmmmmmm – 1er tono – tusmmmmmmmmmm –2ndo tono –  tusmmmmmmmmmmm – temo que no lo va a coger – tusmmmmmmmmmmmmm.

– ¿Aló? – responde alguien.

La conversación como es obvio se realiza en árabe, con el único inconveniente de que no entiendo nada de lo que dicen. De vez en cuando hay alguna carcajada, pero sin dar la sensación de ser maligna, así que espero que guardo silencio hasta que terminan de hablar.

– Le conté la situación y dónde estábamos y me ha dicho que esperes en ese restaurante – dice mientras me señala un cartel luminoso en la acera de enfrente –  se encuentra a unos 20 minutos de aquí, por lo que no tardará en venir a recogerte.

– Ok, muchas gracias por todo – respondo algo cansado de tantas horas de transporte – ¿me podrías abrir el maletero? – pregunto después de verificar que no me he dejado nada en el asiento.

– Sí, claro.

Una vez más Couchsurfing venía al rescate.

¿Pollo o ternera?

Pronto estoy sentado en la acera junto al restaurante y por momentos solo quiero dormir.

– Buenas tardes – me dice un chico que parece trabajar en el restaurante – ¿Andas perdido?

– No, no te preocupes. Vienen a buscarme, ya mismo me voy.

– ¿Por qué no esperas dentro?

– Es que ando con las maletas y mira como estoy – le digo señalando mis pintas de mochilero.

– Es un local de comida rápida, vas bien.

– Bueno, vale, ya entro –repondo.

– ¿Prefieres el pollo o la ternera? – me pregunta el joven camarero, a la vez que toma la mochila más pesada.

– Apenas tengo efectivo y hoy ya he comido más que suficiente.

– Bueno, siempre te lo puedes guardar para la cena – me dice mientras me abre la puerta.

– No, en serio, te lo agradezco, pero no hace falta.

No pasan ni 10 minutos.

– Aquí está tu menú de hamburguesa de pollo. No sabía que ibas a querer – dice con una sonrisa y me entrega una bolsa de papel con la comida dentro.

– Gracias, no sé qué decir – respondo un tanto exhausto de tanta hospitalidad. Uno siente como si cuando recibiera tanto, pasara de la sorpresa a la costumbre y es en esta última donde nos podemos encontrar con la inexistencia de una sensación de agradecimiento puro. Por ello intento forzarme a ser agradecido, aunque a veces no lo sienta del todo.

– No hay por qué darlas, gracias a ti, no tenemos muchos turistas en Tabuk – responde contento mientras se sienta en la silla que tengo enfrente. No tarda ni un minuto en hacerme preguntas sobre mi viaje, religión, Europa. Aunque estoy algo cansado, respondo con gusto a todas y cada una de ellas.

Mi estancia en Tabuk se alargaría más de lo que yo pensaba.

Vienen a buscarte.

– Creo que esos chicos te están buscando – dice otro camarero que se ha acercado a nuestra mesa.

– Salam – dice uno de estos chicos – ¿Eres Omar? Muhammad nos mandó a buscarte.

– Sí, soy yo.

– Genial, has llegado en buen momento, vamos a ir a un campamento al desierto a cocinar algo de pan en la hoguera y a tomar té.

– ¡Perfecto! – Respondo con un entusiasmo mayor del que siento – y gracias a vosotros por la comida – digo mirando a los camareros que se han acercado a la mesa a ver de qué iba el tema.

– ¿Estás cansado? – me pregunta uno de los jóvenes que me ha venido a buscar.

– Un poco, la verdad, vengo desde Áqaba y llevo todo el día en la carretera, pero estoy bien.

– Ya verás que merecerá la pena – dice el otro.

Estos dos chicos son Asem y Hany. En este momento no lo sabía, pero íbamos a ser compañeros de trabajo durante seis semanas. Aunque esa es otra historia.

Unas semanas más tarde Asem, Hany, Abil y yo haríamos más de 500 kilómetros en carretera visitando la región.

Reunión en el desierto.

Tras unos 40 minutos conduciendo por autopista, comenzamos a adentrarnos en el desierto, dónde unas luces a lo lejos nos muestran la existencia de un campamento.

– Hemos llegado – dicen más cansados de lo que parezco estar yo.

Nos bajamos del coche y no sé cuántas personas hay. Solo sé que bastantes, pero hay una que destaca por encima del resto. Una chica asiática que no lleva ningún velo.

– Salam – digo saludando a todos.

– Otro turista – dice un chico.

– Hola Omar, ¿cómo estás? – Dice un señor acercándose a mí – Soy Muhammad.

– ¡Buenas Muhammad! Gracias, por hospedarme, por la ayuda y bueno, por todo– respondo.

– Nada que agradecer, el placer es mío. Ven, sígueme, siéntate con nosotros – dice mientras entramos en una tienda que bien podría albergar a cuarenta personas. Un pequeño fuego en el centro ilumina el lugar y un pequeño agujero en el la parte superior de la tienda, evita que todo se llene de humo.

Me siento junto a Hassan, un señor que parece estar a cargo del fuego y de cocinar el pan. Hassan sujeta por el mango una plancha redonda adherente que le permite darle la vuelta con facilidad sin que se caiga la masa, la cual es extendida sobre el acero y golpeada con su dedo índice para crear unos agujeros por los que pasa el aire y conseguir una cocción perfecta.

– ¿Conoces a Makiko? Ha pasado unos días con nosotros en Tabuk – dice Muhammad mientras me señala a una chica joven de rasgos asiáticos que está sentada al otro lado del fuego.

– Te van a encantar – dice Makikko- he disfrutado mucho con ellos.

– No sé yo – dice Muhammad entre risas. La verdad es que parece un buen hombre, tiene un gran humor, pero a su vez muestra una gran nobleza.

Un campamento con toda clase de lujos.

Revisa tu Snapchat.

Pasamos unas horas agradables y pese a mi agotamiento, logro disfrutar de lo que quedaba de tarde.

– Hora de volver – dice Muhammad – vas a conocer a la familia.

– ¿No hemos terminado? – pregunto entre risas.  Muhammad sabe que ando cansado, pero estoy disfrutando bastante con ellos, así que no tengo ningún problema en unirme a un nuevo plan.

– Sí, hay un evento al que mis tíos, primos, sobrinos, hermanos ¡Vamos! ¡Toda la familia!.

– Y amigos – responde uno de los amigos de Muhammad.

– Sí, y amigos también – añade Muhammad – pero tú puedes acostarte a dormir si vas muy cansado. Aunque si fuera tú no me lo perdería.

– Pues para allá que vamos entonces.

– ¡Ese es mi hombre! – dice entre risas mientras me estrecha la mano y da una palmada en el hombro.

De vuelta a la carretera me encuentro esta vez en el coche de Muhammad, un Range Rover 4×4, y es que parece ser que este tipo de vehículos triunfa bastante en Arabia. Además, Muhammad parece haberme devuelto las energías con su alegría y me encuentro mucho más despierto. Pero no todo es positivo, hay algo que me mantiene mucho más despierto y alerta que su optimismo y es su insistencia por mirar el móvil mientras conduce.

– No sé qué canción poner – dice mientras intenta conectar su móvil al vehículo, a través del Bluetooth.

– ¿Puedo elegir yo la música? – digo con la esperanza de que así mire a la carretera.

– ¡Claro hombre! Mejor conecta tu teléfono entonces. Así repaso mi Snapchat, que hoy no he visto nada.

Bueno, no conseguí mi objetivo, pero al menos conseguí volver a Tabuk con música de Nicky Jam, lo que le daba un toque reguetonero a nuestro posible accidente.

Gracias a dios, o por gracia de Allah, como dirían ellos, no tardamos en llegar a nuestro destino.

Esta experiencia no evitó que Muhammad y yo hiciéramos un viaje de varios días por carretera.

La gran reunión.

Nos adentrábamos en un complejo que no podría ser más digno de un jeque. Trece mansiones, un campo de fútbol, jardines y hasta su propia mezquita, me daban la bienvenida a la residencia de toda la familia de Muhammad, liderada por su padre como patriarca.

En la entrada, en medio de todo, se situaba un salón de invitados con paredes de cristal que dejaban salir al exterior el evento que se estaba realizando. Más de 40, entre hombres y niños, parecían celebrar una festividad propia de la región o algún evento familiar importante. Bueno, ha llegado la hora de conocer a la familia, o mejor dicho, a los varones de la familia.

– ¡Salam! ¡Salam! – escucho una y otra vez mientras me adentro en la sala.

– Este es Omar – dice Muhammad en voz alta – pasará unos días con nosotros.

– ¿Omar? ¿Es musulmán? – pregunta más de uno.

– No, es cristiano – responde Muhammad mientras me pone una mano en el hombro– viene de España.

Esta familia me hizo vivir uno de las mejores experiencias que he tenido a través de Couchsurfing.

Abrir los ojos.

Este sería mi primer día en un país del cual tenemos infinidad de prejuicios y no voy a mentir, muchos de ellos son ciertos, pero muchos otros no. A esto, hay que añadir la hospitalidad árabe, que si bien puede ser conocida por el mochilero aventurero, por el ciudadano de a pie no lo es tanto.

Mi recomendación es que, si no estás seguro si visitar el país, no lo dudes y hazlo. No hay mejor forma de llegar a una conclusión personal, que viéndolo todo con tus propios ojos. Y si consideras que no visitar un país, porque no te guste su gobierno, va a arreglar la situación, lamento decirte que seguramente suceda lo contrario. Sólo podremos abrir las mentes de aquellos que nos encontramos en nuestro camino, estando en contacto con ellos, hablándoles de nuestra cultura y forma de ver el mundo. Hacerles llegar otras ideas y formas de pensar.

Y quién sabe, igual las mentes que se terminan abriendo son las nuestras.

Este sería el primer día de varios meses de viaje por un país que no sabía si llegaría a la semana.

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